A la izquierda: la Mamá Colata y a la derecha: la Tata
Mika, te voy a contar la historia de la Tata, tu bisabuela. La mujer que sin lugar a dudas a marcado la historia de nuestra familia.
Nació en algún lugar de la selva amazónica. Su
madre murió cuando ella era muy pequeña, dejándola en desamparo junto a su
hermana.
Su padre incapaz de poderse ocupar de ambas,
busco personas que pudieran hacerse cargo de ellas.
A la tata la dejó en una pequeña ciudad donde
yo nací y a su hermana la llevó a una ciudad un poco más grande (eso lo supimos
cuando se reencontraron 40 años después).
Su madrina, la persona que la acogió, la
recibió con mucho amor y la consideró como una hija, pero ese periodo de
cuidados maternos, duró aproximadamente 2 años porque su madrina, al igual que
su madre también murió.
Sufrió nuevamente la falta de amor de madre y
con el padre prácticamente desapareció la acogió otra persona que a diferencia
de su madrina la destinó a la servidumbre.
Su padre regresó muchos años después,
acompañado de una persona (Isabel) cuya filiación con él nunca entendí.
Pero sigamos con la Tata. Esa soledad y la
falta de una figura materna, la llevó a una maternidad precoz de la cual nació
mi madre.
Pero con ello no llegó la felicidad, mi abuelo
(el Rica) y toda su familia (sin casi ninguna excepción) la trató de la peor
manera. El maltrato, no solo fue físico,
sino también psicológico, sin familia que la defendiera tuvo que aprender a
sobrevivir de todas las hostilidades que recibió.
La matriarca de esa familia era Mamá Colata, quien
regía la vida y acciones de todos los que la rodeaban. Pero cuya virtud
principal era el trabajo sin descanso. Se iba a los pueblitos de los Andes y
realizaba intercambio de productos (trueque) ella llevaba azúcar, fideo, aceite
y sal que intercambiaba por papá, oca, maíz y habas. Estos productos los vendía
a pequeños comerciantes y traía (según escuche muchas veces) costales enteros de
billetes y monedas de plata.
La
Tata
tuvo tres hijas mujeres, una de ellas murió. A pesar de la desaprobación del
Rica acogió una niña cuya madre (que a la larga resultó ser mi tía abuela)
había decidido dar en adopción. Este acto tuvo un reproche constante; sobre
todo en la adolescencia de aquella hija que les trajo más problemas que los
ocasionados por las dos hijas legítimas juntas.
Mientras mi madre
estudiaba, la Tata
me cuidaba, en ese tiempo no existia corralitos, los únicos que existian eran
aquellos que utilizaba para sus gallinas. Así que hacia los quehaceres comigo
en la espalda, atada con una manta a la usanza andina. Fue mi segunda madre y
ese apego hacia ella se ha extendido hasta la fecha.
Cuando la Tata ya era una mujer hecha y
derecha (30 años) regresó su padre acompañado de Isabel.
Isabel tenía una
moderada discapacidad mental, pero se encargó de procrear 4 niños que la Tata acogió. Y a quienes
alimentó, vistió, educó y sobre todo les brindo esos cuidados de madre, que
Isabel no pudo ejercer adecuadamente, Creo que se vio reflejada en cada uno de
ellos y decidió que no pasarían por aquella orfandad que vivió ella.
Se ganó muchos
problemas, inclusive con sus hijas, la razón principal fue que los pocos
recursos con que contaban debían ser compartidos, sin contar con la fila de
personas que la buscaban por comida, abrigo, consuelo o consejos.
Conforme pasaron los
años la relación con Rica siguió
tirante, aunque se acabaron los golpes, quedaron las palabras hirientes,
que a la Tata
poco le importaban.
El motivo que se
desaparecieran los golpes, fue porque el Rica comprendió que la Tata ya no estaba sola, había
un gran grupo de personas que la defenderían e inclusive ese intento de
maltrato se podría volver contra él.
En ese tiempo “Mamá
Colata”, se había convertido en un guiñapo de ser humano, una vez que sus hijos
habían recibido sus herencias correspondientes la habían abandonado en un pequeño cuartucho donde
nadie limpiaba y mucho menos la aseaban.
A pesar que ”Mama
Colata” fue su principal inquisidora, la tata no aguantó tamaña desolación y
cargo con ella a su casa dispuesta a cuidarla hasta sus últimos días.
Pero “”Mama Colata”
resulto tan fuerte que sus últimos días se extendieron por más de 10 años. En
ese tiempo su piel se pego a su cuerpo, sus piernas se encogieron y no
pudo pararse nunca más, perdió la visión y nosotros perdimos la cuenta
de la edad que tenia, pero ya había superado con creces los 100 años. Pero su
terquedad nunca desapareció, hasta que pudo se arrastró por la casa, no había
forma de mantenerla en su cama, salvo cuando la Tata, para satisfacer sus ambiciones seniles, le
cortaba pedacitos de papel que ella creía que eran billetes y contaba y
recontaba hasta que estos desaparecían desgastados en sus manos.
Nosotros los niños
(nietos de sangre e hijos de corazón de la tata) jugábamos junto a la cama de
mamá de Colata, juegos cuyo castigo era acostarnos a su lado y aguantar sus manotazos
por 20 segundos. Nos habíamos acostumbrado a su presencia, a sus gritos, a sus
llantos y a sus lamentos. Llamaba a su hijo, quien alguna vez supe se había
suicidado por una pena de amor y a una hija, que había muerto de tuberculosis.
Habían días que volvía
a su niñez y confundía a la tata con su madre, quien la trataba como tal, la
bañaba, la peinaba, le curaba sus escaras, lavaba su ropa incluyendo los trapos
que utilizaba como pañales. Además de buscar recursos para comprar pastillas de
dormir para hacerla descansar, pero estas no daban resultado por más de 30
minutos. Su cuerpo (esa máquina) se resistía a parar y parecía no estar
dispuesta a desperdiciar el tiempo durmiendo.
Otros días volvía a
su plenitud de antaño, insultaba a la
Tata con una serie de calificativos, la Tata se acercaba a ella,
refiriéndose a ella misma como una tercera persona y le comentaba que Felisa (el
nombre real de la Tata)
era una mala mujer, que diariamente ingresaban muchos hombres a su casa a
buscarla, que se iba a las fiestas y desatendía a su esposo, eso hacía que mamá
Colata montará en cólera, creo que eso fue su pequeña venganza, que mama Colata
creyera que era cierto todas esa cosas que falsamente le inculpó años atrás.
Nosotros los niños
comprendimos que eso le hacia feliz a la Tata y empezamos a comentarle lo mismo a mamá
Colata, pero eran más sus momentos de desvarío que de conciencia, así que esas
conversaciones se fueron reduciéndose cada vez más hasta desaparecer.
Ningún médico la
quería ver, es que su apariencia era de pavor para alguien que no estaba acostumbrado
a verla, además no tenía ninguna enfermedad de que la pudieran curar, su
diagnóstico era “vejez”.
Con el tiempo ya no
esperábamos la muerte de mama Colata, nos hizo pensar que era inmortal. La Tata vino a Lima a realizarse
unos chequeos médicos y recibió una llamada comunicándole que mamá Colata había
muerto, la vi llorar mucho, se lamentó no haber estar junto a ella y no haberla
acompañado hasta el final. Pero interrumpió el chequeo y regresó a Huánuco a
enterrarla.
Pero ella no fue la
única persona a quien cuidó, tiempo después Isabel enfermó, un cáncer había
carcomido sus entrañas. Los doctores dijeron que ya a esas alturas ningún
tratamiento sería efectivo. La Tata
montó un cuarto especial para ella (a pesar que el espacio de su casa era
bastante reducido) y allí la cuidó y la atendió, dispuesta a darle una agonía
digna. La vida de Isabel se fue apagando lentamente por las hemorragias diarias
que tenía. Solo me acuerdo que tenía la delgadez extrema de una persona de un
campo de concentración, sus lamentos y gritos de dolor se combinaban con la
música de la radio y que el olor fétido que emanaba no se logró erradicar hasta
algunos meses después de su muerte. Pero esta vez la Tata tuvo el apoyo de los
hijos de Isabel.
También cuido a su
padre (el abuelo Fausto), creo que él casi no le dio problemas, más que el incluir
a una persona entre sus innumerables comensales que llegaban a su casa a la
hora de la comida. Eso tal vez no fue un problema para ella, sino para Rica y
mi madre que suministraban los mayores recursos para la comida.
Me imagino que ese
perfil bajo del abuelo Fausto se debió a lo avergonzado que estaba, abandonó a
su hija cuando más lo necesitaba y a pesar de esto, ella lo recibió con los
brazos abiertos dispuesta a recuperar los años perdidos.
La Tata tuvo el
cariño y la veneración de mucha gente, ya que su afán para ayudar a todo el que
lo necesitaba, nunca disminuyeron. En esos afanes me llevó a velorios, cementerios,
brujos, curanderos, adivinos; siempre con el objetivo de que alguna persona que
no era ella, mejorará su salud, encontrara a algún familiar, cambiara su suerte
y alguna otra condición que necesitara de fuerzas sobrehumanas.
Durante 28 años la Tata tuvo el diagnóstico de
Diabetes Mellitus, nunca quiso hacer una dieta estricta, además eran épocas en
que ya nadie le decía lo que tenía que hacer. Hierbas, pócimas y emplastos la
tuvieron alejada de la medicina occidental.
En la década del 90,
dos de sus hijas y los hijos de ellas vivíamos en Lima, pero seguíamos unidos a
la Tata por ese
cordón umbilical que hasta la fecha no hemos querido romper.
En agosto del 2004
nos avisaron que la Tata
se encontraba muy enferma, mi madre viajó a Huánuco y la encontró en pésimas
condiciones su cuerpo había cogido un color amarillento que nos avisaba que
algo funcionaba inadecuadamente.
Después de múltiples
análisis, radiografías y ecografías supimos que tenía un cáncer en el duodeno
que de alguna manera afectaba su hígado y por ende el color de su piel.
Después de una
operación que según los médicos había resultado un éxito la situación no mejoró.
Cuando íbamos a reiniciar los análisis y tratamientos, la Tata nos pidió ya no
continuar…quería calidad y no cantidad de vida.
En enero de 2005 su
salud empeoró, te concebimos a fines de febrero del 2005 y durante esos tres
meses que el cuerpo de la tatá se reducía inexorablemente, el tuyo florecía a
la vida, es por ello que creo que en esa transición entre la vida y la muerte
también hubo una transición de su espíritu al tuyo. No te aferras a las cosas
materiales, eres una luchadora tenaz y sobre todo vas adelante en medio de las
hostilidades que este mundo de neurotípicos te expone.